Una Educación sin emoción es una educación sin vida. Si nuestra práctica docente diaria es un río de “Experiencias cumbre”, entonces se convierte en una catarata de descubrimientos.
Todo en las escuelas y en los centros tutelados está tamizado por una envoltorio emocional. Cualquier técnico de la Educación afirmaría que los educadores necesitamos manejar un conjunto efectivo de estrategias para relacionarnos con nuestro alumnado en los ámbitos educativo y tutelado y con sus familias, mientras acompañamos los procesos de cuidado y de enseñanza aprendizaje. A esto le llamamos “Inteligencia Emocional” desde que Daniel Goleman acuñó el término.
Desde el enfoque de la Pedagogía Sistémica Cudec, vamos un poco más allá, los educadores necesitamos de un conjunto de herramientas que nos permitan gestionar de manera inteligente nuestras emociones y las procedentes de nuestra familia o de los sistemas con los que estamos vinculados. A este paquete de implementos Angélica Olvera y Bert Hellinger le llamaron “Inteligencia Transgeneracional”. Esta inteligencia hace referencia a los aprendizajes que “viajan en el tiempo” a través del discurso inconsciente de generación en generación y que nos permiten comprender mejor las dificultades en el aprendizaje y cómo se manifiestan, y que está profundamente relacionada con el discurso que usamos el profesorado y con la forma con la que trasmitimos los contenidos.
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